miércoles, 18 de mayo de 2016

TRAMPAS DE RATÓN

FOTO PROPIA
Pusieron trampas de ratón
en las esquinitas del suelo por donde anduve,
mis dedos tienen pequeñas lesiones
y sigo por caminos que son esponja y piedra.
Ignoro la endeble herida
aunque escuecen por momentos
las diminutas marcas espirales.
Contemplo y acaricio mis pies olvidados,
los que me llevan volando o me traen a remolque...
satisfechos del camino o tiritando de lluvia,
siempre a la intemperie del pensamiento.
Andan las huellas que matan y reviven,
viajeros transeúntes cargados de huesos  
ajenos al destino o al reto que oxida,
llegarán extenuados hasta la isla lejana y dormida.

Amanda Gamero
18 de Mayo de 2016
SafeCreative ©


SOLO DE CLARINETE


Conocí a Maite León en el Ateneo Barcelonés, algún viernes de Laberinto que no puedo precisar en el tiempo o intervalo que nos separa de las vivencias.  
Al fin y al cabo cada uno interpreta el minutero de modo bien distinto. Mientras para unos se gana, para otros se pierde o se atesora, cada cual lo descifra de un modo, aunque sea de inexorable curso para todos.   Las fechas no consiguen por sí mismas causar esencia de lo vivido, pero sí las miradas, la presencia, el sentido de las palabras y el tono en el que se digan.  Me pareció una mujer dulce y nostálgica, con mucho peso de tristeza y al mismo tiempo con una cercanía fácil de asociar a la familia, al hogar y a la vida. Sus ojos, como aguas de mares tropicales, tenían la sabiduría de haber vivido a fondo, de quien ahonda en las secuencias que la vida ofrece.  Por momentos creía haber coincidido antes con ella, en otros años, en otros lugares quizás, quién sabe, somos universos, almas que se mudan de casa y que viajan desde nuestros ancestros.
Unos meses después,  Antonio García Llorente organizó un encuentro en la Biblioteca de Vallirana, y allí nos volvimos  a ver. Recitó un poema profundo, que desprendía soledad y emanaba un dolor intenso por la ausencia del ser amado. Sus palabras vibraban al ser pronunciadas,  y el sonido de su propia voz parecía causarle un efecto de liberación, acaso sin que ella misma fuera consciente, o así pude percibirlo yo.  Me emocionó la trasparencia de sus palabras, su mensaje no emitía interferencias y sus versos caminaban en busca de la paz, intentando comunicar de alguna forma con el ser que ya no se encontraba en el plano terrenal. De este modo llegó Maite hasta mi corazón. Después, cada vez que nos encontrábamos era una bonita coincidencia que deseábamos volver a repetir.   

El día 29 de Abril, Maite León presentaba Solo de clarinete de Parnass Ediciones en el aula de escritores del Ateneu Barcelonès. La sala estaba llena de amigos y familiares. Tuve suerte de tomar asiento al fondo, en una de las sillas que habían añadido en el pasillo ascendente. Amalia Sanchís, tan profesional y cercana al mismo tiempo,  presentó a la anfitriona y poeta y dio paso al encargado de presentar el poemario.
Alfonso Levy, con su estilo tan personal  leyó algunos de los versos que componen el libro y consiguió transmitirnos el grado de calidez suficiente para rozarnos la epidermis. —No hay nada más bello que vivir en el pronombre –dijo, comparando a la autora con Pedro Salinas, el poeta del amor, quien escribió estos versos que dan sentido a la cita: “Para vivir no quiero islas, palacios, torres. ¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres!
Pero la emoción aumentó cuando Maite abrió paso y, después de agradecer la asistencia de los allí presentes, leyó  la dedicatoria/poema que daba autentico valor al libro.

PARA EUGENIO
Porque aprendimos juntos lo que nos gustaba, lo que dolía.
Por las discusiones que nos llevaban a la reconciliación.
Por ellas, tan deseadas.
Por la música que nos elevaba, por los bailes, por las partidas de ajedrez hasta la madrugada.
Por los viajes, los que hicimos y los que se quedaron en proyectos.
Por los cafés en la plaza de San Marcos o los tés de Marruecos.
Por tantos cigarrillos abandonados en el cenicero, eran otras las urgencias.
Por el último París, el Sena, cena romántica en el Bateau Mouche.
Por tantas habitaciones que aprendieron nuestro lenguaje,
tantas sábanas que recogieron nuestras huellas.
Por cómo se nos aceleraba el corazón camino al hospital.
Por la esperanza y los miedos que nos atenazaban.
Por el solo de clarinete que abrió tantas noches.
Por la vida.
Por todo.     

Pocos pudimos evadirnos de la fuerza y la dulzura de aquellas palabras de amor y de la emoción que la anfitriona nos transmitió, de modo que las secreciones difícilmente pudieron disimularse ante la presencia de desconocidos que pudiesen ver la transformación de tantos rostros descompuestos.
Intenté no arrugar demasiado la cara y secarla con disimulo para no tener que hacer uso de los kleenex que suelo llevar en el bolso. Giré la cabeza varias veces hacía las cortinas para enjugar las lágrimas con disimulo, pero escuchar a las nietas de Maite que estaban sentadas detrás, impedían mi contención, y los kleenex fueron imprescindibles por más que quisiera evitarlo.
Después hubo abrazos, fotos, unas copas de cava, y un ágape muy apetecible que en tan buena compañía resultó ser una delicia. Hasta que llegó la hora de la despedida.
Al salir me senté en un banco para hacer unas llamadas. Mientras hablaba por teléfono y concentrada en el dialogo, un mendigo se situó frente a mí con la mano extendida. Aunque no fui consciente del tiempo transcurrido, se mantuvo en la misma posición durante todo el tiempo que duró mi conversación   El llanto debió de quedarse agazapado en mi pecho y lo siguiente fue seguir llorando sin remedio como causa efecto. Mientras me despedía de mi interlocutor con un te quiero, el mendigo seguía allí, escrutando mi ojos.
El hombre, mal peinado y sucio, mirándome con cierta tristeza, dijo —no llore señora, yo duermo en la calle y no lloro.  Aquella frase desencadenó que me convirtiese en un río que finalmente desembocaría en los subterráneos del metro. Ya en el tren, por suerte bastante solitario en su primer vagón, pude desahogarme sin ser vista. ¡Hay tantas lágrimas y tantas cosas por las que llorar! Por el amor verdadero; por la música que nos acompaña el alma, por la soledad que hay en el ser humano, por las desigualdades en el mundo, por los sin techo, por los vacíos, por los poemas rotos, por no saber vivir. Lloremos de vez en cuando, demostremos que somos  seres sensibles. Eliminemos del cuerpo sustancias químicas estresantes de vez en cuando. Parece que la agresividad también desaparece cuando se empañan los ojos, ¿os habéis dado cuenta? Era mi día, me deshice de tensiones y de presiones imperiosas. Era el día perfecto  para todo, también para el llanto.    


Solo de clarinete de Parnass Ediciones es un poemario delicioso. Examina el amor en cinco partes, en busca de significados espirituales y terrenales: el sentimiento amoroso, la pasión a través de los recuerdos,  el dolor de la separación, el amor que hace amar la vida, y la despedida (dejar ir a quien se ama y ya no está).  Como fondo, en las cinco partes, la música gozada, sentida e interpretada por dos enamorados cuya historia está escrita entre versos y notas musicales.
Y aquí quiero dejar el último poema de un libro de amor y vida.


Ahora que miro a la nostalgia cara a cara,
ahora sin barreras puedo oírte.
En este crudo invierno que estruja mi cuerpo,
y la soledad arranca los poemas,
en este pasa la vida, como pasa la tarde.
Ahora que mucho de lo que amaba
se ha perdido, y poseo el tiempo.
Ahora que mis manos recorren espacio vacío,
ahora, a solas con mis versos, te digo adiós.

Maite, enhorabuena por tu libro. El dolor provoca belleza y en tu libro Solo de clarinete la hallé y la hallarán todos aquellos que lo lean.