viernes, 4 de marzo de 2016

NO LA CONOCÍ

Patricia y Neko
No la conocí. No sé si le gustaba viajar; la música, la lectura, mirar los cielos en esas horas transformables en auroras, o simplemente pasear. No sé si hubiésemos congeniado, compartido gustos comunes o alguna afición.  Ella llegó a través de un abrazo ajeno, el que compartió con alguien a quien amo. Un abrazo que hice mío y se quedó encerrado en esas invenciones que decoramos con nuestra verdad. Y ahí se resguardó, en un espacio pequeño de mi aorta, a rebufo de algunos de los latidos que en un minuto irrumpen en el  corazón. 

La vida le dio varios meses para asimilar que sus proyectos y miradas podían acabar. Debió de recibir un aviso del más allá; eso creen en las culturas orientales, que el ser humano se prepara para la muerte de la misma forma que se prepara para nacer. 
Qué nos dejan las personas cuando se van. Qué misterio o casualidad encierra la existencia de un ser anónimo que llega hasta nosotros de la forma más inverosímil. El paso leve y anecdótico de una mujer que de repente se cruza en el entramado de nuestras vidas. 
Qué mensaje o clave, si los hay,  nos quiere dejar a modo de sacudida; y nos zarandea, y nos desdobla de tristeza y de alegría al mismo tiempo. 
Elisa ya no está, por joven y vital que fuese, ya no está, y solo un simple y fortuito gesto del azar quiso que supiésemos de su existencia. 
Creo en las leyes universales, creo que todo tiene una causa y no hay causa sin efecto. ¿Llegó portadora de algún código, o simplemente entregó algo valioso por impulso y a quemarropa, a sabiendas de lo que podía ocurrir?  
Lógicamente hubo una sincronía, una confianza espontanea de miradas, un adiós, y un hasta pronto.   
El pequeño caniche husmea entre dos mujeres que se encuentran.  

— ¡Qué lindo, me encantan los perros, sobre todo los caniches! Mi madre me regaló uno cuando yo era muy pequeña.
Hubo una conversación escueta pero cercana, alegre y al mismo tiempo tensa, que las aproximó hacia la triste pregunta. El perro, ajeno a la realidad de sus dueñas —la presente y la futura— dio la última vuelta hasta sentarse entre las dos.
—No puedo atenderlo, me han detectado cáncer, ¿quieres cuidármelo mientras me curo?
Patricia contestó que sí. Ese es su corazón espontaneo. Entonces se fusionaron en el abrazo del que después me adueñé. 

Los meses pasaron y hablaron varias veces por teléfono. 
—Lo estoy pasando mal con el tratamiento. Fuerza de flaqueza, buenos deseos. 
—Neko está feliz, no te preocupes. 
—Si me pasa algo será tuyo.
—Tranquila todo saldrá bien.  
Presentí que algo sucedía, demasiado tiempo e incertidumbre.
Ayer una llamada llegaba con la peor de las noticias: Elisa había muerto. 
La casualidad también quiso que estuviese presente en dicho momento. Mientras tanto; el perro con paladar humano, amante de la comida mediterránea y no de los piensos, se debatía entre las dos cristaleras que dan al porche.  Estaban cerradas y quería salir al encuentro de nuestras lágrimas.  
—¡No puede ser, mama, no puede ser!



Para una madre los hijos siempre son pequeños y procuramos menguar su dolor.
—La vida es así hija mía, hay que valorar a quienes tenemos porque este puede ser el último día. Esta experiencia te aportará más de lo que imaginas. 
Fue lo que se me ocurrió decirle en aquel momento más bien confuso.
Después se marcharon los dos; ella cabizbaja y él meneando la cola: La aflicción y la alegría juntas.
En la biografía de Patricia hay algo denso y misterioso que se irá revelando poco a poco. Neko es un enlace, una conexión con el amor dado y recibido.
Nada pasa porque sí, el tiempo le irá aclarando respuestas o eso creo yo.  
Mi hija desde que se hizo cargo de esa bola de pelo, lo lleva a todas partes, son tal para cual. Creo firmemente que los animales poseen facultades maravillosas que muchos ignoran. No me extrañaría que el alma de su primera dueña se halle dentro de ese pequeño cuerpo de cuatro patas.

Descansa en paz Elisa, Neko está en buenas manos.

Amanda Gamero
21 de Febrero de 2016
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