Quién
no se ha sentado a orillas de un río
y
ha lanzado piedras muy lejos.
La
serenidad del agua se modificaba
y
solían ser palabras de amor,
de
aquellas que nunca se gastan,
las
que tu boca, enternecida de verano
conjugaba
con caricias.
Mientras,
el futuro saltaba como los peces
y
proponías que nos amáramos para siempre.
El
ayer es un asesino que siempre regresa
al
recuerdo improvisado de las tardes.
Tu
voz pronunció que lo nuestro era eterno,
y
así ha sido, como tú prometiste,
jamás
volví a sentarme en ninguna orilla.
Inmaculada
Jiménez Gamero
4
de junio de 2015
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