sábado, 21 de junio de 2014

ENIGMA



Seguro que la vida termina
y termina la resta con decimales
que milimétricamente acorta
el raído camino de los años sedientos.
Seguro que fui la gota de mar
que selló tus labios de hoguera,
salados de auroras,
y de albas tempranas.
Seguro que tengo en mis manos
el diamante de amor,
y tu cuerpo de bronce
que por abrazarte atesoro.
Seré inmortal en tus brazos
si me amortajan tus besos
en el transito final,
última guarida a ninguna parte,
madriguera invisible                                               
de donde nadie vuelve.

SafeCreative
Inmaculada Jiménez Gamero
20 de Junio de 2014


ETOPEYA DE MI MISMA




De mi infancia recuerdo especialmente el olor a tostadas, unas tostadas atípicas que yo misma me proveía sentada delante de la estufa de butano. En posición de budista dispuesta para la meditación, pinchaba un tenedor al pan y lo acercaba hasta la parrilla de la estufa, a los pocos segundos la rebanada ya estaba lista para poner aceite, y claro, con aquella temperatura no pasaba frío en todo el día. De lo que se deduce que me encantan las tostadas con aceite de oliva virgen, y que adoro en calor del hogar.

Unos años después, y cuando nos mudamos de piso, llegó a mi casa un artefacto que se llamaba, y se llama, tostadora. Nadie lo había visto antes, excepto yo, y es que estaba recién llegado de América. Había aparecido en una mítica serie televisiva que hacían en aquellos años, y que se llamaba “Con ocho basta”.  Entonces cuando la vi instalada en mi cocina, enseguida la identifiqué, y exclamé: < ¡Anda una tostadora!>. Mi madre contestó: < ¿Y tú cómo lo sabes? ¡Esta niña lo sabe todo!> De lo que se deduce que era, y creo que sigo siendo observadora.

Después vinieron las tostadas frente a la chimenea, otra modalidad que a mi padre y a mí nos gustaba disfrutar. En el enrejado de la lumbre disponíamos el pan que se iba dorando poco a poco, y que con unas tenazas volteábamos. Después frotábamos las rebanadas con ajo, y por último lo rociábamos del preciado “oro líquido”. Junto a un buen café con leche, manjar de manjares. De lo que se deduce que a veces vuelve el pasado, que somos parte de él, y que nuestro presente siempre se perfila sombreado por el ayer.
Luego llegaron las tostadoras automáticas, aquellas que en las películas de suspense siempre saltan cuando el supuesto asesino ronda la casa de la víctima. Así aumenta la tensión, pero las tostadas no se queman. ¡Estos Americanos!… ¡¿Será posible arruinar una tostada con crema de cacahuete?!  De lo que se deduce que pase lo que pase las tostadas nunca pueden quemarse.

Ahora me siento ante una taza de café con leche, acompañada de un pan humeante recién tostado y rociado de ese majar que se extrae del olivo, o árbol de la paz. El mejor comienzo para este sábado, sabadito, sabadete, que se presenta relajado, a no ser que los petardos previos a la verbena de San Juan, me saquen de mis casillas. De lo que se deduce que no me gusta la noche estruendosa, antigua y pagana, donde se hace homenaje al fuego, y se celebra el solsticio de verano.

21 de Junio de 2014
SafeCreative

Inmaculada Jiménez Gamero