TRAYECTOS DE VIAJE
I
Dicen que no salió del tren,
sus ojos transparentes de sapo
aún transmutan iridiscentes al final del túnel.
La última mujer que salió del vagón
se retuerce en la entraña de un pez
que se ahoga en su propia mortaja.
No hay ventanas que digan
si el alba ya cerró su boca violeta.
Las vías son cómplices de finales,
los transeúntes son bichos
que miran cajitas con botoncitos.
El sol no llega a esta médula
donde las paradas calculan distancias.
Un hombre casi muerto aprieta su estómago,
y una adolescente con atuendo de vedette
dice que vende su cuerpo.
El acordeón de la joven rumana
rompe ese sonido de lamento
que tiene gastadas las galerías del alma.
Y hasta la música muere por dentro
de escuchar el dolor mudo, verso a verso.
Me palpo, miro mis manos, ausculto mi pecho…
morí ayer…ahora recuerdo…
fui la última mujer que salió del vagón
rumbo a un lugar incierto.
II
Gris es el día,
como las hojas grises
que se desvanecen,
como gris es el árbol
abrazándose a la fábrica de cemento.
Gris es la vida por momentos,
gris es el parque sin niños,
gris el traje que visto,
gris es el cielo acorazado,
como gris el repartidor de lamentos.
Gris me sabe el sueño
y gris el vagón donde me siento.
III
En esa distancia insondable
que nos separa del resto del mundo,
es el alma una grieta tozuda,
sonámbula de verbos,
trinchera de mis penas.
Mis ojos son como el agua
que llegan a la honda galería,
donde un tren perspicaz y nocturno
me distancia del auxilio de tus brazos.
IV
Mueren las palabras en
el metro,
se expanden en un
espacio
de hormigón que nos
envuelve
y mastican los
reproches vegetales,
enquistados desde el
infinito.
No dijiste: te quiero.
Retumban en el cerebro
los mensajes contenidos
de trampas mortales.
Cicatrices de palabras
no dichas
que dibujan pasados
en burbujas de tiempo,
y que siempre regresan
flotando.
Mueren ilusiones en las
sílabas
al ser agitadas por el
rencor.
Mueren las tardes
en el freno de la ira
contenida.
Muere la verdad,
muere la mentira,
muere el corazón,
muere, muere,
y no dijiste: te
quiero.
V
Tráeme el tren de
aquellos días,
y páralo en la estación
de este acantilado,
evita que me lance al
vacío
ante la infinita
tristeza de mil por qués.
Cada recorte de tu voz
me lleva por todos los
surcos de la melancolía,
y me asalta el verde de
tus ojos de mar,
y la arena de playas
atardecidas.
Tus pisadas de niña
siembran preguntas,
mis respuestas se
quedan en un hueco
siempre abierto que se
llama vientre,
y que ahora, justo
ahora, viaja por tus besos
que son los únicos que
saben, cuánto te quiero.
Amanda Gamero