jueves, 22 de agosto de 2013

DANZA



Astuto balance de ritmo
en las ingles  de sudor,
de acentuación y movimiento.
Cómplice, pulsión, y acento,
sin compás yo me detengo.
En las manos estrechas
abiertas de pasión,
profundas de silencio.
Melodía de venas palpitando,
cabriole en el aire
deslizándose a tu encuentro.
Bebo el aire, preso el viento
y en los ojos cerrados de deseo,
crece el paso y la queja,
y vuela el alma
y arde el fuego
entre el latir de la sangre
y el musculo denso.
Carne tensa, espiga en el gesto,
tú te acercas,  casi te beso,
con la espalda me protejo
de tus labios al encuentro
que sosiego en mi cintura.
Pasea tu empeine redondeado
y la danza fragua el reto.
Tú eres tierra, yo fragmento,
vals y tango, salsa flotando.
Siento como brincan las estrellas
y se calma la huella de la noche.
Aunque eres bravura,
botan y rebotan,
dulce el alma de tu baile,
queja cimbrada y doliente,
Chassé, plié, de huesos sedientos.


Inmaculada Jiménez Gamero 9 de Junio de 2013

lunes, 19 de agosto de 2013

PATATAS GUISADAS

Mi madre pone una cebolla, un pimiento, un ajo, dos tomates, y cuatro patatas sobre el mármol, en fila india, como un ejército en formación esperando ser trinchados y lanzados a la cazuela. Yo hago lo mismo, los coloco frente a mí y uno a uno los corto en diminutos dados. La cebolla, el pimiento, y el ajo, serán los primeros en ser reducidos por este aceite ardiente, que espera en el fuego para abrasar todo lo que se le ponga.

Roberto Carlos canta en la radio la canción “Amigo”, es una de esas canciones que te hace reflexionar sobre la autenticidad de la amistad, y pienso que no tengo amigos… ¿qué hay que hacer para tener un amigo de verdad, de esos que lo dan todo por ti?

Añado los tomates y remuevo poco a poco, bajando el fuego de intensidad. Todos los ingredientes se amalgaman curiosamente y creo que puede quedar tan rico como para chuparse los dedos, como para querer repetir, como si lo cocinase mi madre. El aroma a sofrito lo invade todo, supongo que debe bajar por las escaleras, y llegar hasta la calle,  como cuando yo llego del instituto y ese olor a guiso casero me recibe en el portal. 

Espero que le guste a mi padre,  que llegará con su olor a aserrín, con su lápiz afilado detrás de la oreja, y con la prisa cotidiana por volver al taller. El taller es su lugar de trabajo, donde montones de tableros ocupan todas las paredes y donde la sierra chirría durante horas y horas. 

Sus clientes le encargan  muebles, estanterías, puertas, y ventanas que mi padre hace con mucho estilo, porque es muy bueno en lo suyo.  
Jordi, el mayor de mis hermanos, también vendrá a comer, a él seguro que le gusta el guiso de patatas, a él le gusta todo lo que se coma con cuchara, pero lo que más le gusta es que lo comparen con Johan Cruyff. Vive pendiente de una pelota, la sigue, y la persigue, la sostiene y le da saltos sobre su empeine, la chuta con fuerza, la regatea, la bota sobre la cabeza, y la coloca sobre su hombro. No entiendo cómo se puede vivir tan pendiente de una bola, es como si ella tuviese vida propia, como si dialogaran y se entendiesen. 
La radio sigue entonando canciones románticas, me siento alegre y dispuesta, es que la música hace mucho por el estado de ánimo, es un pájaro gigante que  transporta la imaginación allí donde quiera, allí donde a veces me gustaría llegar, donde poder aprender muchas cosas que quiero saber.
Suzanne, de Leonard Cohen no me hace volar,  es diferente, me introduce en una jaula de tristeza, en un embalaje de pesimismo, y aun así, me gusta Cohen.

Alfonso, mi hermano pequeño no viene a comer a casa,  come en el colegio, es una escuela especial y vuelve en autobús.  Cuando nació le dijeron a mis padres  que era diferente, que nunca aprendería a leer, ni a escribir, sabemos que es diferente, pero… ¡viva las diferencias!,  seguro que a él también le gustarían las patatas.

Ahora pongo las patatas en la olla, y las cubro de agua, añado sal, un puñado de arroz, una hoja de laurel, y las dejo hervir hasta que estén tiernas.
Los ingredientes saltan sobre el hervor del liquido caliente, se rebrincan sobre sí mismos, y el arroz pujado está en su punto, entonces desmenuzo el atún y lo añado al caldo, dando por finalizado el plato que tantas veces hace mi madre. Patatas  guisadas lo llama ella, y dice que es un plato muy sencillo y económico, si ella lo dice que sabe tanto, es que es verdad.   
También dice muchas veces, que el arroz con tomate y patata cocida alargan la vida, y donde no hay mata no hay patata, o, aunque me cubras de abril hasta mayo no he de salir.

Dice muchas frases y refranes de su pueblo, que seguramente habría oído de su madre, o de su abuela, que se quedaba dormida de repente, mientras hablaba, y que era muy limpia y divertida. 
Mi madre es una gran mujer, no creo que pueda parecerme a ella, no puedo compararla con nadie que yo haya conocido, ella es como  la Gioconda de Leonardo Da Vinci. Su cara  encierra todos los mundos, todas las expresiones; alegría, tristeza, regodeo y congoja. Su mirada es profunda, y a al mismo tiempo cercana, su leve sonrisa parece no desaparecer nunca de sus labios.

Cuando vuelva lo hará con mi hermana, salió de casa con una barriga que sobrepasaba el comienzo de sus zapatos, su vestido estampado y adherido a su tripa se movía como una cortina,  como cuando abres las ventanas para que se renueve el aire. Con Montse seremos cuatro hermanos, mi madre quería tener otra hija, para que yo tuviese una hermana, no sé muy bien porque, supongo que ella piensa que las mujeres somos más capaces de resolver este mundo extraño.

Nació ayer y dice mi padre que pesó cuatro kilos, ella será la pequeña de la casa, mientras que yo soy la mayor, estoy deseando de verlas entrar para poder estrecharlas, nunca he cogido a un bebe… son tan indefensos, pero tampoco nunca hice el guiso de patatas, siempre hay una primera vez.  
20 de Mayo de 2013
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Inmaculada Jiménez Gamero