lunes, 23 de diciembre de 2013

EN ESE PEDAZO


En ese pedazo de vida que el reloj descuartizado quiso retener,
con su minutero lento de tardes de verano envueltas en juegos
y  cuentos infantiles reflejándose en tu risa.
En esos días que te asomas tras las bambalinas de tus ojos
y mueves tu menuda existencia vestida del azul turquesa de tu mirada.
En ese pedazo de sueño de mis afectos ineludibles,
te encuentro entre las ramas erguidas de mi orgullo
como el bambú enaltecido queriendo abrazar el cielo índigo.
Cargada de alforjas de verdades y telas de oriente que te ciñen,
tatuada de fuentes de versos que yo impregno en tu piel de hija,
embadurnada en briznas de pétalos violetas
y placenta aromática del perfume de madre brotando.
En este pedazo de mundo que hemos conseguido tú y yo
desde el minuto cero en que vistes la luz,
donde mi vida se alargó y se prolongó
como una sombra alzándose en mi descendencia de yedra,
como una savia diferente entre la sangre solitaria de mis manos,
como un susurro del mañana cantando entre voces, terciopelos de victoria.
En este pedazo de dolor que tomó relevo y te acogió a la tierra
como trato inherente al legado mortal y trasmutable,
en este espectro que lleva el viento cuando te alejas,
para traerte cada segundo al latido de mi corazón quebrantado. 
En este pedazo de piel embrionaria en que nos convertimos
cuando a través de nuestro cuerpo otro cuerpo se dibuja
y su llanto rompe las paredes convirtiéndolas en papel de seda,
creando un hilo invisible pero vibrante que traspasa el alma.
En este pedazo de vida que hace años me prestaron como emisario de amor,
mi útero eligió abrigarte para hacerte corresponsable de mi existencia,
para prestarte algún color que las vivencias juntas nos trajeron,
para hundir nuestros pasos por las arenas mojadas y brillantes del atardecer
y crear ese surco de pisadas que nos llevará a amarnos por encima de todas las cosas. 


Inmaculada Jiménez Gamero
8 de Diciembre de 2013


REVISTA QUE DIFUNDE EL ARTE Y LA CULTURA.


"LA Oruga Azul" ABSOLEM se despide de 2013 con su número 7 "SEMBLANZAS", en el que participo con el relato "PATATAS GUISADAS". 
Contenidos de entrevistas, poemas, pintura y fotografía.


http://laorugazl.blogspot.com/2013/12/absolem-revista-electronica-num-7-1

martes, 3 de diciembre de 2013

lunes, 18 de noviembre de 2013

MADRE


Madre del aire que respiro
del hilo de sangre que me representa.
Madre del sueño o quiera
de que la muerte no existiese.
Madre del poema enaltecido
en tus ojos de madre  
de mi vida y de otras vidas también tuyas.
Madre de mi sombra huérfana y triste
si tu sombra limpia no te siguiese.
Tú eres el eterno poema merecido,
has sufrido dolor de madre candente
entre paso y paso de un camino,
al que sonríes cada día abiertamente.
Son tus años generosos  de aleluyas
en el jardín de  enanitos y azahares,
donde siempre haces fuerte la flaqueza.
Yo elegí flotar en tu bello útero radiante
y agradezco cada día de regalo,
que me esperas y te espero
paseando por las estaciones en la tarde,
con  el eco de tus palabras reiterantes.
Cuando veo entre la gente que apareces,
coqueta, paso lento, radiante, 
siento el peso y la angustia de perderte.
Gracias por estar siempre presente,
madre del aire que respiro,
madre del poema enaltecido.
Me iría muy lejos muchas veces
pero elijo quedarme otras tantas,
para seguir contemplando y advirtiendo,
tu mirada de gris catarata,
tu paso lento de muñeca,
y el declinar de tus años inquietantes.

Inmaculada Jiménez Gamero

18 de Noviembre de 2013

miércoles, 13 de noviembre de 2013

PUDE SER ETERNAMENTE TUYA

Sentirás la lluvia de mi pensamiento
acercándote el recuerdo de una noche.
Bajo el paraguas festivo y paciente,
las gotas repetidas,                          
incansables,
humedeciendo mis mejillas,
manjar de tus besos.
Y el tiempo será una escusa de pisadas
sobre los charcos irremediables.
Maullará la luna mía,
sentirás mi pelo frío,
mis manos trémulas,
mi corazón estremecido,
y creerás que tengo dieciocho años
y todo un porvenir de primavera.
Me recordarás sin saber si vivo
y te sobrecogerá sentir,
sin que nada sirva ya,
que te esperé cargada de amor
con la esperanza de abrigo.
Desde el balcón de tu recuerdo me verás marchar
con la sombra de la mujer que fui,
en el reflejo azul de la última luz encendida.
Mis pasos cortos se alejarán,
mi cuerpo bautizado desaparecerá
alejándose de tu memoria,
y recordándote que pude ser eternamente tuya.  



Inmaculada Jiménez Gamero
13 de Noviembre de 2013
SafeCreative

sábado, 2 de noviembre de 2013

LA DAMA BLANCA



Siempre que pasaba por el cementerio le daba un escalofrío, una sacudida extraña que le obligaba a aligerar el paso para alejarse lo antes posible de algo que emanaba de allí dentro.
Lo cierto era que irremediablemente,  Rosa tenía que pasar por allí todos los días para acudir a su trabajo. Era una calle estrecha, de casas blancas recién encaladas y naranjos plantados en las aceras. Al volver la esquina, ya se podía divisar la gran cancela de hierro y los cipreses altivos sobrepasando los muros que delimitaban el campo santo. Ella pasaba por la orilla de enfrente queriendo disimular el respeto que le infería aquel lugar sagrado. Cuando lograba sobrepasarlo y por fin llegaba a la casa de la Doña Cecilia, sentía un gran alivio.

Aquella tarde la anciana le contó algo que la estremeció hasta convertir su respeto en obsesión y llegar a plantearse la posibilidad de dejar de trabajar para ella.

De esa manera no tendría que pasar por el cementerio que tanto le impresionaba. Pero necesitaba el trabajo, y la abuela necesitaba de los servicios de Rosa.
Empezó a contarle la historia disminuyendo el tono de voz, como si creyese que alguien pudiera oírla.
Hacía muchos años de lo ocurrido, pero decía recordarlo como si fuese ayer.
Estaba Doña Cecilia preparando la cena,  su marido no tardaría en llegar, cuando por la ventana de la cocina vio pasar a éste con una mujer joven, vestida de blanco. Enseguida salió a la puerta para recibirlo extrañada por la compañía de aquella mujer, y cuando salió a la calle pudo ver como ambos entraban al cementerio. Decidió retirar la olla del fuego para ir en su busca, pero al dirigirse a la salida para hacerlo, Pascual entró en la casa saludando a su mujer como cada noche, y negó haber visto a ninguna joven vestida de blanco, ni haber entrado al cementerio.
Esa misma noche Pascual murió de un ataque al corazón mientras dormía.

La inesperada muerte de su marido le causó un hondo dolor, y su pérdida la sumió en una profunda tristeza. Sólo de vez en cuando se asomaba por las ventanas enrejadas, para regar las macetas de geranios que la distraían de la gran aflicción que padecía.  

Rosa escuchaba a  la anciana sin pestañear.

Una noche, alertada por los fuegos artificiales de las fiestas del pueblo,  salió al balcón para mirar los multicolores estallidos, que a lo lejos se divisaban y que iluminaban  aquel pueblo níveo. De repente vio aparecer a la misma enigmática mujer  entrando en la casa de enfrente, y esto le causó una gran agitación.
                  -¿Me estaré volviendo loca?-. Se preguntó.
Se fue a dormir,  pero no pegó ojo en toda la noche.
Faltaba poco para que amaneciese cuando oyó gritos desgarradores que provenían  de la casa de delante. Alertada por las voces y exclamaciones salió hasta la calle del mismo modo que lo hicieron otros tantos vecinos. La tragedia se mascaba en el ambiente.  
La hija mayor de su vecina Trini, se sintió indispuesta y cayó al suelo, cuando vinieron a atenderla, no pudieron hacer nada por ella, había muerto.

Rosa no daba crédito a lo que estaba escuchando…Aquella extraña mujer aparecía y alguien moría a continuación…
…¿Quién sería ella?...
…¿Sería real, o sería producto de la imaginación de la vieja?...
Ya sólo le faltaba a ella que le contasen aquellas historias, que contribuían a aumentar más la indisposición que le causaba todo lo relacionado con el mundo de los muertos.
Ante Doña Cecilia se hizo la fuerte, pero cuando salió de la casa y tuvo que pasar por la cancela, le empezaron a temblar las piernas.
Logró sobrepasarla repitiendo interiormente. –Aléjate de mí, aléjate de mí-.

Como todos los domingos, Rosa se reunía con sus amigos en el bar de la plaza. Allí pasaban un buen rato, compartiendo las cosas que durante la semana les sucedían, como lo venían haciendo desde que eran niños. 
Rosa no podía disimular su malestar y les contó su pesadumbre. Todos la escucharon con una atención inusitada, ya que eran más de contar bromas y experiencias más triviales.  
Samuel dijo que aquello eran supersticiones, que podían ser elucubraciones propias de una señora mayor. María y Lola dijeron no creer en esas historias, que asociaban más bien a leyendas urbanas. Luis fue el único que de forma rotunda dijo creer en la figura de aquella mujer como presagio de muerte y para acreditarlo contó algo que nunca antes había contado.
Dijo Luis que estando en el entierro de su padre, mientras metían el féretro en el nicho, esa presencia femenina apareció de la nada dejando una rosa blanca sobre el ataúd. Sólo pudieron verla, su hermana y él, y advirtió de la creencia que los que veían a la muerte serían las personas más longevas.
Rosa seguía aterrorizada, intentando asimilar lo que estaba oyendo y todos guardaban silencio, ya que conocían la seriedad de Luis y sabían que hablaba en serio.
                 -¡Nuestro adorado maestro, el Sr Fermín, sabemos que está muy enfermo, podemos acercarnos por su casa, a ver qué pasa,  y también podemos asistir al próximo entierro que tenga lugar!.  ¡Seguro que en el cementerio nos encontramos con la simpática del vestido ibicenco! -  Exclamó Samuel, con sorna.  
                 -¿Qué conseguiremos con eso?-.  Preguntó María.
                 -Yo no pienso ir-. Dijo Rosa.
                 -Digamos... que vamos a hacer un trabajo de investigación- . Contestó Samuel haciéndose el interesante.
María y Lola asintieron confirmando que estaban dispuestas a ir, ellas no creían en todo aquello y se encontraban fuertes y dispuestas.
Eran tres los convencidos de llevar a término la idea, sólo faltaban por decidirse Rosa y Luis que lo padecían de un modo más temeroso, con más respeto y superstición.  
Después de muchos ruegos e insistencias, y amparándose en el “todos para una, y una para todos” de la infancia, decidieron hacer piña para hacer las indagaciones y averiguaciones que hiciesen falta.
Esa misma tarde se acercaron por la calle donde vivía el maestro. La puerta y las ventanas estaban cerradas a cal y canto. Maria miró entre la reja por el único  tramo que había quedado sin pasar la cortina, y no advirtió ningún movimiento. Decidieron dar un paseo y esperar hasta la queda.  La luna llena dibujándose, y el olor a jazmines,  invitaba a caminar haciendo tiempo para volver a pasar por la casa del docente.
La noche de plenilunio se presentaba totalmente iluminada, ejercía una fascinación extraña, y el brillo que irradiaba parecía querer augurar que iba a ser una velada de insomnio y taquicardia. 
Volvieron a pasar por la casa y ésta vez encontraron la puerta abierta, se acercaron para ver si alguien acudía, pero al no ser así, llamaron con la aldaba.  
Eloísa, la mujer del maestro salió a recibirles, invitándoles a pasar y acompañándoles hasta el lecho de Don Fermín, quién los recibió con agrado.
Todos comentaron el deseo de su pronta recuperación y el enfermo sentenció:
                    -No os preocupéis, estoy muy bien acompañado, la muerte no es el final, es una transformación, se trata de abandonar el cuerpo físico como la mariposa abandona su capullo de seda. No tengáis miedo.-

Sin saber cómo, ni de dónde había salido, una entidad fantasmagórica atravesó el pasillo que se veía al fondo de la casa, dejando un helor polar en el ambiente.  Pálidos y petrificados se miraron con pavor dando pasos hacia atrás, asombrados de lo que acababan de ver. Una neblina helada salió de la nada en el mismo instante en que aquella imagen espectral, etérea y blanca hizo presencia, desapareciendo unos instantes después y dejándoles el frio calado hasta los huesos.
Temblorosos y horrorizados se despidieron del anciano, que parecía haber quedado dormido, y huyeron de la casa sin despedirse de su esposa.
Los cinco amigos, victimas del pánico emprendieron la maratón más terrorífica de sus vidas, vigilados por los aullidos licántropos de aquella noche que nunca olvidarían.

Una semana después el malogrado Sr. Fermín, moría de la grave enfermedad que lo mantuvo tan débil en los últimos años. Todos sintieron su muerte en el pueblo, ya que había sido un buen profesor y sus enseñanzas calaron hondo en sus alumnos.

El entierro tendría lugar a las ocho de la tarde y allí estarían ellos, superando el respeto que les producía el acontecimiento,  con el fin de despedir al difunto como se merecía,  y desentrañar lo que se habían propuesto.
Llovía persistentemente haciendo honor al mes de abril, y no remitió en todo el tiempo que duró el sepelio.
Los arriates del cementerio llevaban las flores secas que caían de los nichos. Los pies crujían al paso por la grava, y los abundantes paraguas añadían el único colorido a aquel paisaje gris y negro, escenario de losas, jarrones con flores deshidratadas,  y fotografías corroídas por el sol.   
El silencio sólo era interrumpido por el inconfundible sonido de las extracciones nasales de algún asistente, afectado por la pérdida.
La lápida de mármol en el suelo, esperando a que el enterrador mezclase el cemento para colocarla, tenía inscrita la frase, “Aquí yace un caballero y un buen maestro”.
Cuando el ataúd iba a entrar en el nicho, una humarada cana salió del sepulcro, alargándose y tomando forma humana hasta colocarse verticalmente como todos los asistentes.
A Rosa se le doblaron las piernas, pero Luis que la sujetaba del brazo impidió que cayese al suelo. Junto con Lola, Maria y Samuel se agruparon bajo los paraguas y miraban cabizbajos al resto de los asistentes, que parecían no advertir aquella presencia impalpable.
Pero la muerte siguió allí, como fiel testigo de la ceremonia, desapareciendo cuando el féretro entró en el sepulcro, no sin antes emitir una carcajada profunda y gutural.
Los amigos ya habían comprobado, y experimentado la existencia de la “dama blanca” y sólo les quedaba la aceptación de lo que habían visto con sus propios ojos.
Pero también les quedó la última enseñanza del maestro: La muerte es un renacimiento, un nuevo amanecer.



Inmaculada Jiménez Gamero

miércoles, 23 de octubre de 2013

RELATO DE UNA FOTOGRAFÍA

FOTO PROPIA

Cuando te vi entrar en la iglesia con tu padre del brazo, sentí un escalofrío, el mismo que cuando te vi  paseando por la calle ancha.
Por fin seriamos marido y mujer, para lo bueno y para lo malo.  Apareciste como una celebridad, con un aura blanca y pura, con ese vestido de crepe, elegante, sencillo, y entallado a tu cuerpo, que tú misma has confeccionado. Con esa forma tuya de andar de paso corto y manso,   con esa media sonrisa de piconera, y ese negro azabache de tu pelo corto y ensortijado.  Eres mi reina, eres mi dama.

La música nupcial, fue un soplo más de frescor para la emoción que abrigué. Familiares, amigos y extraños, todos hablaban de lo buena pareja que hacemos.
Ya se habrá enterado tu rico pretendiente en busca del sueño americano, que te has casado conmigo, un humilde carpintero con vistas a emigrar a Barcelona para también conseguir sus sueños.

El fotógrafo mira por el ocular, se posiciona tras la cámara, entiende la importancia de la imagen que da cuerpo a una historia de amor.  Yo de pie y tú sentada en este escabel pareces de menor estatura, pero así debe entender el maestro que vamos a quedar mejor en esa reveladora imagen que viajará por el tiempo. 
Él contempla el plano, visiona achicando el ojo izquierdo,  y vuelve a retirarse para entrar en el detalle panorámico.
La sala es alargada y estrecha, las paredes vetustas de un color rancio, recuerdan haber sido blancas,  y están cargadas de retratos de otros novios que como nosotros, han pasado por aquí  para hacerse la conveniente fotografía.

Te miro de reojo y tú no te mueves, el velo de tu cabeza sostenido por una diadema de cristal,  me hace cosquillas en la mejilla. Tus ojos marrones y achinados miran al frente, esperanzados en el futuro que nos espera. El ramo de flores, medianero entre los dos, añade más belleza a la tuya que es incomparable. Estoy seguro de que aquí no ha entrado una novia más guapa que la mía.

He pensado en lo que me dijiste sobre los cajones de la cómoda, creo que quedarán mejor los tiradores de latón envejecido, ya sólo nos queda ese detalle en ese piso que hemos hecho con tus manos y las mías, y que lo nuestro nos ha costado.
El traje me queda que ni pintado, vaya manitas que tienes, quien diría que lo han tocado manos.  De color negro, con pantalón pitillo, camisa blanca de seda y corbata estrecha.  A mí me sobran los guantes blancos, pero tú dijiste que era elegante y aquí los tengo bien cogiditos, en mi mano derecha, para salir bien en el retrato.

Cada vez que me sonríes y veo tus dientes resplandecer, me siento más afortunado,
ya eres mi mujer hasta que la muerte nos separe, como dijo el sacerdote convencido.

El hombre sigue concienzudo en plasmar este momento y me pide con esmero que mueva ligeramente mi cuerpo hacía ti.
De este gesto nace otra sonrisa en tus labios carnosos, escucho tu vestido sonar al roce de las telas, y al moverte el olor de tu perfume envuelve toda la estancia. Morena mía, soy feliz, perdóname si a veces me enfado en vano, tengo un carácter complicado, yo diría, un poco del mal genio. Pero tú sabes cómo devolver mis pies a la tierra, cuando mi cabeza huye con aires de grandeza.
Que incline ligeramente la cara hacía ti, sin dejar de mirarlo, me dice el retratista, y eso hago mientras tú yergues la espalda, después del buen rato sentada sobre el taburete.
Y por fin el estallido de luz indica que pasaremos a la posteridad mientras que la imagen viva.  Nosotros hasta el final unidos, como ahora lo estamos, vida mía.



 28 de Marzo de 2013


Inmaculada Jiménez Gamero

domingo, 13 de octubre de 2013

Carmen Membrilla Olea convierte un sólo comentario en una historia, y lo pone en mis manos de esta forma, para que yo pueda guardarlo en mi rincón sagrado. Gracias Carmen.



miércoles, 2 de octubre de 2013

POR SORPRESA

Mágicamente, sin esperarlo, aparecen las palabras y emociones de tres mujeres a muchos kilómetros, uniéndose en el mismo bosque encantado. 
Y asoma entre bambalinas el mismo espíritu del poema, para hacerse verso, para hacerse oír, para hacerse eterno. 



domingo, 8 de septiembre de 2013

NO CREAS


No creas que voy a dejar
de quererte
aunque me odies.
El amor es una senda
que me lleva hacía ti.
El amor es un latido
que no entiende de dolor.
No creas que voy a dejar
de quererte
aunque me odies.
Las lágrimas no existen
cuando te encuentro
en el campo de amapolas
donde dormiré al fin.
No voy  a dejar de quererte
porque el surco que separa
el amor y el odio
es delgado y descarnado
como la que separa
la vida y la muerte.

 Inmaculada Jiménez Gamero


29 de Agosto de 2013.

jueves, 22 de agosto de 2013

DANZA



Astuto balance de ritmo
en las ingles  de sudor,
de acentuación y movimiento.
Cómplice, pulsión, y acento,
sin compás yo me detengo.
En las manos estrechas
abiertas de pasión,
profundas de silencio.
Melodía de venas palpitando,
cabriole en el aire
deslizándose a tu encuentro.
Bebo el aire, preso el viento
y en los ojos cerrados de deseo,
crece el paso y la queja,
y vuela el alma
y arde el fuego
entre el latir de la sangre
y el musculo denso.
Carne tensa, espiga en el gesto,
tú te acercas,  casi te beso,
con la espalda me protejo
de tus labios al encuentro
que sosiego en mi cintura.
Pasea tu empeine redondeado
y la danza fragua el reto.
Tú eres tierra, yo fragmento,
vals y tango, salsa flotando.
Siento como brincan las estrellas
y se calma la huella de la noche.
Aunque eres bravura,
botan y rebotan,
dulce el alma de tu baile,
queja cimbrada y doliente,
Chassé, plié, de huesos sedientos.


Inmaculada Jiménez Gamero 9 de Junio de 2013

lunes, 19 de agosto de 2013

PATATAS GUISADAS

Mi madre pone una cebolla, un pimiento, un ajo, dos tomates, y cuatro patatas sobre el mármol, en fila india, como un ejército en formación esperando ser trinchados y lanzados a la cazuela. Yo hago lo mismo, los coloco frente a mí y uno a uno los corto en diminutos dados. La cebolla, el pimiento, y el ajo, serán los primeros en ser reducidos por este aceite ardiente, que espera en el fuego para abrasar todo lo que se le ponga.

Roberto Carlos canta en la radio la canción “Amigo”, es una de esas canciones que te hace reflexionar sobre la autenticidad de la amistad, y pienso que no tengo amigos… ¿qué hay que hacer para tener un amigo de verdad, de esos que lo dan todo por ti?

Añado los tomates y remuevo poco a poco, bajando el fuego de intensidad. Todos los ingredientes se amalgaman curiosamente y creo que puede quedar tan rico como para chuparse los dedos, como para querer repetir, como si lo cocinase mi madre. El aroma a sofrito lo invade todo, supongo que debe bajar por las escaleras, y llegar hasta la calle,  como cuando yo llego del instituto y ese olor a guiso casero me recibe en el portal. 

Espero que le guste a mi padre,  que llegará con su olor a aserrín, con su lápiz afilado detrás de la oreja, y con la prisa cotidiana por volver al taller. El taller es su lugar de trabajo, donde montones de tableros ocupan todas las paredes y donde la sierra chirría durante horas y horas. 

Sus clientes le encargan  muebles, estanterías, puertas, y ventanas que mi padre hace con mucho estilo, porque es muy bueno en lo suyo.  
Jordi, el mayor de mis hermanos, también vendrá a comer, a él seguro que le gusta el guiso de patatas, a él le gusta todo lo que se coma con cuchara, pero lo que más le gusta es que lo comparen con Johan Cruyff. Vive pendiente de una pelota, la sigue, y la persigue, la sostiene y le da saltos sobre su empeine, la chuta con fuerza, la regatea, la bota sobre la cabeza, y la coloca sobre su hombro. No entiendo cómo se puede vivir tan pendiente de una bola, es como si ella tuviese vida propia, como si dialogaran y se entendiesen. 
La radio sigue entonando canciones románticas, me siento alegre y dispuesta, es que la música hace mucho por el estado de ánimo, es un pájaro gigante que  transporta la imaginación allí donde quiera, allí donde a veces me gustaría llegar, donde poder aprender muchas cosas que quiero saber.
Suzanne, de Leonard Cohen no me hace volar,  es diferente, me introduce en una jaula de tristeza, en un embalaje de pesimismo, y aun así, me gusta Cohen.

Alfonso, mi hermano pequeño no viene a comer a casa,  come en el colegio, es una escuela especial y vuelve en autobús.  Cuando nació le dijeron a mis padres  que era diferente, que nunca aprendería a leer, ni a escribir, sabemos que es diferente, pero… ¡viva las diferencias!,  seguro que a él también le gustarían las patatas.

Ahora pongo las patatas en la olla, y las cubro de agua, añado sal, un puñado de arroz, una hoja de laurel, y las dejo hervir hasta que estén tiernas.
Los ingredientes saltan sobre el hervor del liquido caliente, se rebrincan sobre sí mismos, y el arroz pujado está en su punto, entonces desmenuzo el atún y lo añado al caldo, dando por finalizado el plato que tantas veces hace mi madre. Patatas  guisadas lo llama ella, y dice que es un plato muy sencillo y económico, si ella lo dice que sabe tanto, es que es verdad.   
También dice muchas veces, que el arroz con tomate y patata cocida alargan la vida, y donde no hay mata no hay patata, o, aunque me cubras de abril hasta mayo no he de salir.

Dice muchas frases y refranes de su pueblo, que seguramente habría oído de su madre, o de su abuela, que se quedaba dormida de repente, mientras hablaba, y que era muy limpia y divertida. 
Mi madre es una gran mujer, no creo que pueda parecerme a ella, no puedo compararla con nadie que yo haya conocido, ella es como  la Gioconda de Leonardo Da Vinci. Su cara  encierra todos los mundos, todas las expresiones; alegría, tristeza, regodeo y congoja. Su mirada es profunda, y a al mismo tiempo cercana, su leve sonrisa parece no desaparecer nunca de sus labios.

Cuando vuelva lo hará con mi hermana, salió de casa con una barriga que sobrepasaba el comienzo de sus zapatos, su vestido estampado y adherido a su tripa se movía como una cortina,  como cuando abres las ventanas para que se renueve el aire. Con Montse seremos cuatro hermanos, mi madre quería tener otra hija, para que yo tuviese una hermana, no sé muy bien porque, supongo que ella piensa que las mujeres somos más capaces de resolver este mundo extraño.

Nació ayer y dice mi padre que pesó cuatro kilos, ella será la pequeña de la casa, mientras que yo soy la mayor, estoy deseando de verlas entrar para poder estrecharlas, nunca he cogido a un bebe… son tan indefensos, pero tampoco nunca hice el guiso de patatas, siempre hay una primera vez.  
20 de Mayo de 2013
© Safe Creative
Inmaculada Jiménez Gamero

domingo, 28 de julio de 2013

HE PENSADO


He pensado que los años son mentira
y no pasan como dicen
ni se inmolan en honor de la experiencia.
Que soy frágil y tan fuerte
que me bebo la energía de esta quebrantable vida.
He pensado recoger los tréboles de suerte
que cayeron de mis manos cuando más los requería.  
Que las ranas fueron mías y los príncipes azules
se escondieron tras la puerta de una casa de alegría.  
Que el amor de septiembre apareció con tus besos,
los balbuceos dorados en octubre de ternura,
y la sorpresa de mayo en mis brazos maduros se mecía.
He pensado que los años son mentira,
que he vivido las tormentas como he vivido frio,
que he tenido lo alcanzable y lo probable fue llegando,
que aunque la piel se derrite como helado en el verano,
yo probé tantos sabores como dolores merecía.
Que la ruta sigue intacta extendiendo mi camino,
que el rio de la existencia se alarga viajando conmigo
y me sigue proveyendo de las cosas cotidianas.
He pensado que los años son mentira
y no pasan  ni se cumplen en decreciente calendario,
son trayectos del viaje que acompañan mis deseos,
estaciones en la vía acompasada de paradas renovadas,
presente y más presente, que al pasar me nutre y saboreo.  
     
28 de Julio de 2013

Inmaculada Jiménez Gamero


domingo, 7 de julio de 2013

TE EVOCO


Te evoco cada vez que paso la página del recuerdo, y te encuentro en la pálida confusión de la mente o dictamen que te llevan y traen. Estrangulan tu nombre dejándome un cadáver tantas veces ejecutado. Pasa el latigazo en el minuto, la ausencia en el abrazo, y los días son cortinas de lágrimas, y las noches son espesas despedidas sin ti, y contigo. Te rememoro en las pestañas del viento, te fantaseo en la ola y presiento en la madrugada, te necesito y te huyo como el mar ante los pies descalzos. No sé si tiene remedio este modo de vivir desconcertado, este pecho siempre en suspense que me sustenta, esta locura de sentimientos, o huellas, o pasiones desbaratadas…no sé hasta dónde llegará mi corazón, empeñado en sentir la vida con la fuerza de un latido loco, añorándote y pensando en ti, cada vez que paso la página del recuerdo.
7 de Julio 2013
Inmaculada Jiménez Gamero

martes, 21 de mayo de 2013

LISBOA


Ya no llueve en Lisboa cuando me dejas,  
en esas láminas del tiempo
donde se repiten los recuerdos,
el registro dietario del hotel decadente
no escribirá el nombre del engaño.
Volveré hasta Lisboa porque ya ni chispea,
y con el marcador profundo de mi pecho
andaré por las grietas de la ciudad,
gozaré la elocuente belleza que me robaste.
Visitaré el castillo apacentado,
la torre, el puente largo, el horizonte de océano.
Los románticos fadistas en sus casas
repartirán su dolor de vino dulce,
las tabernas en las tardes murmurarán,
la lluvia te recordará como el intruso que iba de mi mano.
Los tranvías bandeados soñaran por la Rúa Sao Juliao, 
la Alfama de pescadores brotará como antaño
y despoblará la mañana del ayer, dejando el barco atado,
meciéndose los besos, fraguándose los fados.

20 de Mayo de 2013
SafeCreative
Inmaculada Jiménez Gamero

viernes, 26 de abril de 2013

ACECHO



Como una lengua lamiéndome
que desgasta el inexorable latido,
mientras aumenta milimétricamente
el veneno del oxigeno que aprieto.
Y  huyo del duelo final,
como huyen los pájaros al viento,
y mato el pliegue del destino,
y cada paso se convierte en nada,
y cada segundo es la última secuencia.
Despedida anunciada en el camino,
viaje susurrante, tren mortecino,
argolla que aprieta  el segundo,
fina espada, poderoso Damocles.
Ostentas la vida
como poder inexistente,    
bruma quieta, incertidumbre,
promesa de paraísos,
paz eterna, redentora de pecados,
como una lengua lamiéndome.


25 de Abril de 2013
Inmaculada Jiménez Gamero

jueves, 28 de marzo de 2013

EL HOMBRE MANCO


Aquella tarde había llovido a mares, cayó tanta agua que los carros fueron arrastrados varios metros abajo hasta parar en la casa de doña Dorita. Esa mujer desapareció de la noche a la mañana y nadie supo lo que había sido de ella, algunos dijeron que escondía rojos en los túneles que desde su casa conducían al río.
Manel salió para ir a buscar leche a la vaquería cercana al cementerio, pero se detuvo   en un portal al escuchar un estruendo de ametralladoras, minutos después la sangre de los fusilados corría por el suelo conducida por la lluvia. Regresó a su casa a hurtadillas, vigilando su propia sombra,  el reloj se había parado a las siete las tarde,  parecía un mal presagio. La oscuridad de la noche  había calado hasta las casas y ni un solo candil ardía ya en el interior de ninguna de ellas. Un perro ladró dos veces y a continuación un tiro alertó de su final. El camión de la muerte iba buscando a gente para matarla, entraban en las tabernas, en las fábricas y en las casas para detener a las personas por la fuerza.
Corrió agachado hacía el granero, y a tientas entre el enorme montón de estiércol,  buscó la cuerda que agarraba la caja donde se escondió atemorizado. Era un escondrijo que había ideado con la esperanza de no ser descubierto, casi con seguridad nadie buscaría entre kilos y kilos de porquería maloliente, era su única tabla de salvación.
Los falangistas lo buscaban desde hacía dias, la represión franquista se cebó con el bando perdedor al que él pertenecía.  Tenían que limpiar cualquier elemento relacionado con la República, lo que condujo a muchos al exilio, y a la muerte.
 A duras penas resistía allí dentro, entumecido de frío y respirando aquel olor pestilente y repugnante, si no era porque iba rumiando su propia historia.
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Me llamo Manel, soy de un pueblo de Gerona llamado Sils,  si muero creo que solo una mujer me echará de menos. Mis padres murieron de tuberculosis, tuve o tengo dos hermanos,  no se la suerte que han corrido ya que fueron empujados  y golpeados por altos mandos militares la noche del 11 de diciembre de 1938 y conducidos hasta la estación.  En el vagón 67 se perdió toda la pista de mis amigos de juegos y compañeros de fechorías, mis hermanos,  Juan y José.
Creo que el fascista de Sabater los denunció a los nacionales, el muy cobarde del terrateniente vio peligrar su posición social ante cualquier estallido de violencia del proletariado, luego se santiguaba los domingos ante la misma iglesia que también apoyaba la matanza de personas, y que bajaban la mirada ante los robos de bebes, que eran entregados a burgueses y aristócratas.
 Quiero  casarme con la mujer que amo, la recuerdo todos los días, huyó con su familia para exiliarse en Francia cuando Franco tomó Cataluña, y creo que estará en algún pueblo cercano a la frontera, espero volver a encontrarme con ella para ya nunca  separarnos. Son muchas las familias y dirigentes políticos que huyen de la represión. …Quiero pensar que algo tiene sentido bajo este montón de mierda nauseabunda, quiero pensar que el horror no forma parte de mi vida, quiero creer que pasaran de largo los que van dentro de esas botas militares que se aproximan…
                     
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Caminaban despacio para escuchar cualquier movimiento, pero golpeaban todo objeto sospechoso, abrían armarios, levantaban camas, susurraban entre ellos y gritaban, de vez en cuando, -¡¡Tenemos que encontrar a éste rojo de mierda, con él terminaremos de una vez con la escoria de los que no creen en una grande y libre!!
Abrieron las puertas del granero, sacudiendo lo que encontraron a su paso, podía escuchar el sonido y el calor de sus respiraciones.  Debían de ser cinco o seis, o eso le parecía a Manel, quien encorvado y resignado pensaba que aquellos cabrones iban a escribir su final.
Les escuchó  alejarse y suspiró aliviado, pero poco duró su alivio, ya que uno de los militares se quedó rezagado, debió de advertir algún movimiento entre el estiércol.
Era su fin.
La caja había quedado levantada y aquel monstruo uniformado se fue aproximando hacía donde se encontraba.  Manel abandonó toda esperanza de subsistencia y relató su propia despedida.

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-Adiós Adela, amor mío, adiós a mi lucha obrera y social, adiós a mis compromisos, adiós a la vida que me ha tocado vivir-.

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Contuvo su respiración e inmóvil se consagro a una virgen llamada, “La Moreneta”,  patrona de Catalunya, parece que la encontraron unos niños pastores en el interior de una cueva  tras ver una luz  que salía del interior de la montaña.  Él que se confesaba no creyente se ofrendó a la virgen más cercana, atenazado por el terror de ser fusilado. Mientras pensaba en la santa y se encomendaba a ella, se orino sobre sí mismo o sobre su cadáver, ya no sabía si estaba vivo o muerto, aterido y doblegado por el pavor y la angustia.
Continuó expectante durante unos segundos y abrió los ojos por un instante  para mirar por la ranura que había quedado entre las traviesas de madera. Fue entonces cuando pudo ver la cara de soberbia de aquel hombre y cómo sostenía el arma con su única mano, la derecha. Por suerte aquel defecto físico fue el que le salvó la vida ya que la ausencia de la otra mano imposibilitó al militar la acción de levantar la caja y descubrir quién había en su interior, el monstruo lisiado desistió de cualquier otro intento, y se alejó con paso firme, perdonándole con su actuación la vida.
Terminó la guerra y los años posteriores fueron duros. El destino y el amor quisieron que se reencontrara con Adela, con la que se casó y tuvo dos hijas que le dieron dos nietos, pero nunca volvió a saber de sus hermanos. Años después se empeñó en llevar a cabo lo que desde hacía tiempo le rondaba por la cabeza, encontrar a aquel hombre manco. Lo primero que averiguó fue la brigada a la pertenecía y dicho sea de paso, el defecto físico fue una característica que le facilitó su localización, ya que en uno de los archivos encontró una foto en la que aparecía un hombre sin esa extremidad superior.  Después siguió investigando para localizar a su verdugo y redentor,  valiéndose de estamentos e instituciones. Aquel hombre se llamaba Isidro Azcarates Thilar y vivía en un pequeño pueblo cercano a Zaragoza, llamado Abanto. Pudo saber que trabajada de acomodador en el cine de la localidad, y hasta allí se dirigió, después de no pocas entrevistas con los vecinos del pueblo donde fue a parar siguiendo sus pasos, hasta poder tenerlo frente a frente.
Y llegó el gran día, en que iba a encontrarse cara a cara con el hombre que había sembrado todas sus pesadillas. En ellas no aparecía Freddy Krueger, ni  Zombies, ni ningún otro asesino mítico del cine. En ellas aparecía, “El Hombre Manco”, el que lo había torturado muchas noches de su existencia y al que quería estrechar su única mano.
Entró en el cine veinte minutos antes de que empezara la película, la gran pantalla permanecía en blanco y vio una figura de espaldas en la parte izquierda de la sala. Esperó unos instantes hasta comprobar que era a quien estaba buscando y cuando se cercioró  se aproximó hasta él y  lo miró profundamente a los ojos queriendo descubrir qué habían causado los años transcurridos en la vida de aquel hombre. –Y después le dijo-
-Parece que fue ayer, pero han pasado más de cuarenta años, tú fuiste el hombre que una vez estuvo a punto de matarme, pero que me perdonó la vida, - le dijo queriendo dominar su agitación.
¿Qué estás diciendo? –le contestó aquel hombre con cara de pocos amigos.
-Lo que has oído… Isidro, que le debo la vida a tu defecto físico, que si no hubieses sido manco habrías levantado la caja entre el estiércol, donde me escondí huyendo de ti y de otros militares como tú… que me hubieses matado igual que hiciste con otros que pensaban como yo,-
El hombre lo miró de soslayo y quiso deshacerse de él y de sus palabras reprobatorias, pero Manel se lo impidió poniéndose nuevamente ante él y preguntándole
-¿Ahora eres tú quien te escondes?
-No sabes lo que dices.- Replicó con mirada mortecina.
-Aléjate, déjame completar mi último día de trabajo, estoy enfermo, desahuciado y voy a morir solo… no tengo hijos, ni amigos…y justo hoy apareces tú… recordándome de nuevo lo que yo no he podido olvidar… me hablas de la guerra, me hablas de estiércol, de huida, del brazo que perdí…yo era un  simple soldado que aprendí a ejecutar órdenes, entonces no era consciente de estar cometiendo crímenes. En el caso de haberme negado a cumplirlas… habría sufrido terribles represiones,  mi mandato era visitar a presuntos miembros de la resistencia… en sus domicilios y tras cerciorarme de su identidad… matarlos de un disparo.-
Y continuó diciendo con  voz rota.   
-Después pasaron los años y desde otra perspectiva comprendí lo que había hecho, pero ya no tenía remedio. Estuve seis años oculto hasta que me instalé en éste pueblo, conseguí trabajo en éste cine y he intentado olvidar, pero un hombre nunca escapa de su propia memoria. Ahora voy a morir juzgado por mis propios recuerdos y pidiendo perdón por todos mis crímenes.-
Manel salió del cine compadeciendo al acomodador y con la sensación de que el propio destino había hecho función de compensación y se había resarcido, como si hubiese dictado sentencia muda sobre aquel hombre asesino, privándole de cualquier felicidad, cariño y compañía, convirtiéndolo en un desahuciado sin apego, ni afecto.
Y es que a veces, hay otros tipos de justicia.


Inmaculada Jiménez Gamero
11 de Diciembre de 2012
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